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Decimos que la corrección de estilo es la intervención lingüística que se realiza en un texto para conseguir que el lector lo entienda, pero la complejidad empieza cuando intentamos delimitar exactamente qué es eso de que un texto se entienda. Comprender un texto es una operación que depende de muchos factores.
Depende del propósito con el que se haya concebido el texto. No es lo mismo un escrito publicitario con el que pretendamos persuadir para que nos compren un producto que un libro de texto de educación secundaria que, en principio, tiene que ser didáctico.
Depende del público al que vaya dirigido. Es evidente que no tiene la misma capacidad de comprensión un niño de diez años que un adulto, ni es igual que el texto esté dirigido al público en general que a un público específico.
Depende también del medio en el que vaya a aparecer, no leemos igual un blog que una revista de investigación, por ejemplo.
Podríamos seguir así un buen rato. Cuando afrontamos una corrección de estilo, de lo primero de lo que nos damos cuenta es de que empezamos a hacernos preguntas sin parar: ¿qué aspectos hay que valorar?, ¿cómo se corrige sin perjudicar al original?, ¿quién soy yo para corregir a un escritor?, ¿hasta dónde exactamente tengo posibilidad de intervención?
Nos convertimos en un compendio de dudas… y no es para menos.
Cuando comencé a ganarme la vida como corrector, recibí clases de un gran editor que me dijo que, de todos los trabajos que se realizaban en la elaboración de un libro, el de corrector de estilo le parecía el más difícil. En principio, me sentí orgulloso de dedicarme a ello, pero reconozco que enseguida me entró un poco de miedo.
En la corrección de estilo necesitamos trabajar los textos desde una perspectiva muy crítica, tanto con lo que estamos leyendo como con nosotros mismos. Hay que determinar si los textos están bien escritos y si cumplen con lo que proponen, pero debemos tener siempre claro que los correctores de estilo no somos los autores de los textos y que esa es la línea roja que no debemos traspasar. Acabaremos teniendo mucho cariño a los textos que corregimos, pero no son nuestros textos. Para cada corrección debemos encontrar la razón por la que intervenimos, una corrección sin un motivo para hacerla es una corrección vacía.
La lectura de corrección de estilo es profunda, pausada y continua. Si tenemos altibajos en nuestra lectura también los tendrá nuestra corrección. Hay que esforzarse por entender las ideas que quiere transmitir el escrito y no entretenerse con erratas o cuestiones tipográficas, eso vendrá en una corrección posterior. No es conveniente que el texto esté maquetado pues, a priori, se pueden realizar cambios considerables de vocabulario, de construcciones o de estructura, lo que generará una variación importante en el volumen del texto.
Vale, muy bien, el marco general lo tengo claro, pero ¿qué tengo que corregir?
Como dice nuestra querida Cristina Núñez: “En la corrección de estilo se corrige todo menos el estilo”. Y en nuestro curso lo afrontamos así.
Corregimos los errores gramaticales derivados de una mala redacción o del desconocimiento de las normas en uso. Valoramos la adecuación del vocabulario utilizado, eliminamos impropiedades léxicas, muletillas, comodines o incluso arcaísmos si no están justificados. Investigamos la arquitectura interna del texto, su estructura, para comprobar si el texto se sostiene o se nos puede venir abajo en algún capítulo. Verificamos el orden de presentación de la información, si sobra o falta algo y si el lector dispone de todo lo necesario para comprender, disfrutar y aprovechar lo que estamos comunicando. Sintetizamos para eliminar lo innecesario, adecuamos el registro al lector potencial y unificamos los diferentes estilos que puedan aparecer en el libro. Todas estas intervenciones, con la metodología y el análisis adecuados, harán que la corrección de estilo haya merecido la pena.
El paso de un corrector de estilo por un libro debe ser sigiloso. Su trabajo es agradecido siempre que se haga sin estridencias. Podría parecer que el corrector de estilo es el peor enemigo de un autor, pero es todo lo contrario. La mejor valoración que me he encontrado de una corrección de estilo se la escuché a un autor. Después de la corrección de estilo de un artículo, el autor estaba leyendo su propio texto corregido, que había perdido casi un tercio de extensión, y le dijo al corrector de estilo:
«Yo he escrito este artículo, pero ahora lo leo y, a primera vista, soy incapaz de saber qué me has quitado».
Con todo esto, podríamos pensar que después de la corrección de estilo ya está el texto perfecto y puede publicarse tranquilamente, pero nada más lejos de la realidad. Aún queda mucho por hacer.
Fuente: calamoycran.com
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