Mercedes Montero, traductora y docente, reflexiona sobre el desafío de los profesionales de la traducción ante los cambios sociales y su impacto en el lenguaje
Desde el momento en que comenzamos a prepararnos para ejercer la traducción, aprendemos que nuestro límite a la hora de traducir será siempre la norma lingüística. Podremos hacer y deshacer libremente con las palabras que elijamos para nuestra traducción, pero siempre dentro de los límites demarcados por la norma. Pero ¿por qué la norma tiene tanta importancia para la traducción?
Tal como la define el Diccionario de la lengua española, la norma es el “conjunto de criterios lingüísticos que regulan el uso considerado correcto”. Ya esta definición nos lleva a reflexionar. En efecto, la norma regula el uso, es decir, le impone reglas y límites. La norma garantiza, además, la estabilidad de la lengua, ya que busca encauzar el uso en un determinado sentido y desalienta aquellos usos que considera “incorrectos”. La lengua tiende a uniformar el uso lingüístico que siempre tiende al cambio y a la diversificación, algo especialmente notorio cuando se trata de la lengua española.
En este sentido, la norma funciona como una gran aliada de la traducción: garantiza que nuestros textos traducidos sean inteligibles para diversas audiencias y nos permite presentar a sociedades diferentes una única forma de expresión. Es allí donde reside la importancia de la norma para la traducción. No tenemos que cumplir con la norma solo para demostrar un determinado conocimiento respecto de la lengua ni para superar la prueba rigurosa de la corrección o el control de calidad. Nuestro objetivo, al cumplir con la norma lingüística, tiene que ser garantizar la inteligibilidad del texto que queremos comunicar.
¿Cómo se determina qué es “correcto” y qué es “incorrecto”?
Si bien existen instituciones y academias que analizan y describen el uso de la lengua para poder determinar una norma, esto no nos exime de una gran responsabilidad. Como todos sabemos, los criterios en función de los que se aconseja o desaconseja un determinado uso lingüístico nunca son neutrales e inocentes. Responden a decisiones e intereses relacionados con políticas lingüísticas con las que cada profesional puede acordar o no. Y aquí es donde la relación entre la traducción y la norma se torna mucho más interesante y, si se quiere, conflictiva. ¿Por qué? Porque la profesión que ejercemos nos lleva a vivir en permanente tensión entre el uso y la norma. La norma nos prescribe una única forma y el uso nos muestra otras. ¿Qué hacemos entonces? Para asegurarnos de que el texto que traducimos cumpla con su verdadero propósito, debemos plantearnos siempre como lingüistas profesionales la relación de la corrección y la adecuación. Solo así podremos garantizarles un servicio de excelencia a nuestros clientes. Si analizamos detenidamente una situación comunicativa determinada, puede suceder que una opción lingüística considerada “incorrecta” desde el punto de vista de la norma resulte, sin embargo, absolutamente efectiva y adecuada para la audiencia a la que nos dirigimos.
¿La norma al servicio de la traducción o la traducción al servicio de la norma?
El momento histórico que estamos viviendo nos coloca en una encrucijada sumamente desafiante en lo que se refiere a la relación entre la norma y la traducción y cada profesional tiene que reflexionar y decidir cuál será su actitud al respecto. Los cambios sociales que protagonizamos hoy nos llevan a replantearnos valores y actitudes que influyen en el ejercicio de nuestra profesión. Este replanteo debe tener, inevitablemente, su repercusión en la lengua y en la forma en que la usamos. La norma debe reflejar estos cambios para seguir siendo una herramienta que garantice la comunicación efectiva que refleje nuestra cosmovisión y nuestros valores. Y nosotros, como profesionales de la traducción, tenemos la responsabilidad de contribuir a los cambios que la norma requiere. ¿De qué manera contribuimos? Cada decisión de traducción que tomamos contribuye a fijar una norma o a promover su modificación en más de un sentido.
El volumen de textos traducidos que circulan hoy en el mundo hispanoparlante es objeto de análisis de las instituciones y academias que determinan la norma lingüística que aplicamos. Nuestras traducciones sirven para configurar un corpus que será observado y analizado. Pero, además, nuestras traducciones ejercen una gran influencia sobre el público que las lee, ya que al traducir validamos, aunque no nos demos cuenta, los usos lingüísticos que nuestros textos muestran. En este sentido, somos modelos lingüísticos de la audiencia que accede a nuestros textos, porque forjamos desde nuestro lugar la forma en que usará el español el mundo hispanoparlante al que nos dirigimos. Tremendo y apasionante desafío.
Las instituciones y academias reflejarán en sus textos y en sus recomendaciones los usos lingüísticos mayoritarios que observen. Su tarea es absolutamente encomiable y necesaria, pero no nos exime de nuestra propia capacidad de acción y reflexión sobre la lengua. Pero no les podemos transferir a las instituciones y academias la responsabilidad que nos cabe como lingüistas. Nos preparamos durante años estudiando teorías sobre la lengua, la traducción, la comunicación. Esas teorías nos enseñaron justamente lo que hoy está pasando en un escenario del que formamos parte: la lengua cambia en función de las necesidades sociales y las fuerzas históricas a las que está expuesta. Lo sabemos desde siempre. Por eso, como profesionales de la traducción tenemos que aplicar todo este conocimiento para reflexionar sobre los usos lingüísticos actuales y poner en práctica nuestras conclusiones a la hora de traducir.
No podemos traducir aplicando acríticamente una norma que nos fue enseñada. Debemos analizar la eficacia de los recursos que empleamos a la hora de ejercer nuestra profesión. Podemos y debemos atrevernos a reflexionar, cuestionar, analizar en detalle su verdadero valor en situaciones comunicativas en las que la audiencia en multicultural y diversa.
Nuestro compromiso es garantizar la comunicación del contenido que cada cliente nos confía. Entonces, asegurémonos de que cada decisión que tomemos a la hora de traducir sea el producto de un análisis exhaustivo de la situación comunicativa y de las características del público al que el texto está dirigido, poniendo siempre la norma al servicio de la traducción, en lugar de poner la traducción al servicio de la norma.
Mechi Montero
Traductora, docente e integrante del equipo de colaboradores de Rosario Traducciones. Capacitadora en lenguaje no binario y lenguaje claro.
@soymechimontero